Los Reales Alcázares de Sevilla


El interés de Carlos I por este palacio, puede ser debido a su presencia en el alcázar sevillano, con motivo de la celebración de su matrimonio con Isabel de Portugal. Con este motivo, la ciudad transformó su fisonomía cotidiana, con arcos triunfales y otras arquitecturas efímeras, que no ocultaban la urbe medieval. Lo mismo ocurría con el Real Alcázar, en donde los pocos elementos renacentistas, como los retablos cerámicos de Francisco Niculoso Pisano, realizados en 1504, eran insuficientes para contrarrestar la estética mudéjar del recinto.

Las obras que se emprenderán, sugeridas por el propio emperador, son en su mayoría de caracter utilitario y no suponen transformaciones sustanciales de las antiguas estructuras. Con frecuencia estas obras consistirían, bien en adecuar el viejo recinto a las necesidades del momento, o en la sustitución de materiales tenidos por caducos. Se iniciará con ello toda una fiebre del mármol, que reemplazará los antiguos soportes y los pavimentos de ladrillo, por elementos marmóreos. De ello hay ya pruebas en 1534, cuando se encargan trabajos en mármol a Antonio Aprile de Carona y a Bernardino de Bijón.


El nombramiento de Alonso de Covarrubias y Luis de Vega como maestros mayores de los alcázares reales en 1537, fue beneficioso para el edificio sevillano, especialmente a partir de 1543, año en que las obras del mismo quedaron bajo la supervisión del segundo. Bajo su dirección se ejecutó la galería alta del Patio de las Doncellas, con columnas de mármol de un orden jónico, demasiado ligero, para la pesadez de las arquerías. Dicha operación se realizó en torno a 1540, complementándose con labores de yesería y diversos escudos heráldicos.

Tales trabajos proseguirían dos años más tarde, elaborándose el artesonado que cubre la sala llamada de Carlos I, cuyo motivos fueron copiados de Serlio, y la chimenea de la sala que está sobre la anterior. Poco después se procedió a pavimentar con mármoles los corredores, a recrear la cubierta del Salón de Embajadores, que había quedado semioculta por los techados de las habitaciones incorporadas en la planta alta, a reparar su bóveda de madera, a dorar las puertas del mismo y a reponer algunos alicatados.


Es dudosa la intervención de Luis de Vega en las obras del Cenador de la Alcoba, también llamado Pabellón de Carlos I, situado en las antiguas huertas del Alcázar. Al parecer en un principio fue una qubba abadí, incluida en el recinto amurallado almohade. Su transformación tuvo lugar en 1543 y 1546, fecha en que dio comienzo la construcción de los jardines del Alcázar. En dicho pabellón encontramos una peculiar combinación de elementos de tradición musulmana con otros de claro origen renacentista, que se evidencia en las yeserías exteriores y en algunos azulejos.

Rigor geométrico, armonía, sentido de la proporción renacentista y refinamiento en la ejecución son cualidades indiscutibles de este pabellón, siguiendo la proposición de Ibn Luyún, un tratadista de los jardines granadinos. La fuente que ocupa el centro del espacio, las águilas imperiales desplegadas en los frisos, el insistente “plus ultra” y la propia bóveda semiesférica, son elementos que parecen destinados a proclamar el nombre y la fama del César Carlos.


En esta obra participaron artesanos como, Juan Hernández, maestro mayor de albañilería del Alcázar, que dejó su nombre en los azulejos del pavimento. Juan Pulido es autos de azulejos, pero se ignora quién labró las columnas, y sobre todo los extraordinarios capiteles de la columnata exterior.

Paralelas a las obras de Cenador, son las intervenciones en el Jardín del Príncipe, situado a occidente del palacio, así como tras reparaciones y pequeñas obras. En todas ellas se menciona a Juan Hernández, y a Sebastián de Segovia, maestro mayor carpintero.

La urgencia por acabar el alcázar madrileño, y el desvío de fondos hacia el de Toledo, hicieron que el Alcázar de Sevilla presentase graves deficiencias a mediados de siglo. Se solicitó ayuda del rey y, a petición de éste, se elaboró en 1560 un informe de las obras precisas. Se centraban estas en el Patio de las Doncellas, que fueron llevadas a cabo en los años siguientes. A la vez que se reemplazaban los antiguos fustes por columnas corintias, se peraltaron los arcos centrales de cada panda. Fue en este momento cuando se incorporaron los balaustres de yeso adosados a dichos machones. Se renovaron también algunos frisos de yeserías, los alicatados y alfarjes y se pavimentó el patio con losas de mármol.

En las galerías superiores del Patio de las Doncellas se reforzaron alquerías y barandas, se renovó la decoración de yesos. También se realizaron ciertas obras en el Patio de las Muñecas, y en las cámaras a el abiertas, especialmente en sus cubiertas.

A la vez que se realizaban estas obras de transformación del antiguo alcázar, se procedía a incorporar al mismo uno de sus elementos más significativos: los jardines, que nos muestran el desarrollo alcanzado en España, por el arte de la jardinería a lo largo del siglo XVI. Su proceso de construcción fue largo, desde 1543 a 1627, conociendo diversas fases y circunstancias. El resultado final es un jardín manierista a la italiana, que pone de manifiesto la dialéctica Arte-Naturaleza, que caracterizó el periodo.

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