Orden de Alcántara

A lo largo del siglo XI, aparecen en la Península diferentes tipos de hermandades. Desde fraternidades de legos reunidas en tomo a una catedral o iglesia, hasta Hermandades en poblaciones rurales cuyos miembros  se unían para prestar servicios comunes, como la construcción y mantenimiento de puentes y murallas. Las ciudades poseían sus propias milicias, que se ponían en pie de guerra cuando se gestaba alguna campaña, ya fuese musulmán o cristiano. En el siglo XII, este tipo de hermandades evolucionaron: las de carácter religioso-social, pasaron a ocuparse de la construcción de iglesias o murallas, y de la defensa de sus ciudades. Las milicias incorporaron un carácter religioso a sus lazos bélicos y unitarios originarios. Además, algunas las comunidades próximas a la frontera con los musulmanes fueron obteniendo un carácter castrense íntimamente unido al religioso, a fin de poder defenderse por ellos mismos, ya que muchas veces, las huestes laicas eran incapaces de hacerlo.


Las hermandades se extendieron por tierras leonesas y castellanas para proteger las fronteras de las aceifas musulmanas. En su origen eran diminutas comunidades o asociaciones poco definidas, carentes de organización y de grandes propiedades territoriales. Su progresiva evolución, junto con sus deberes religioso-castrenses, fue concretándose en la creación de las órdenes militares propiamente dichas. Órdenes militares inspiradas en las grandes órdenes militares internacionales.
Pero centrémonos en la Orden de Alcántara. Fue en el año 1156 cuando el caballero Suero Fernández, desde Salamanca, al frente de una mesnada, combatió arduamente en las fronteras meridionales del reino de León, allí dieron con Amando, un ermitaño que había acompañado al conde Enrique de Portugal a Tierra Santa, y que vivía en la iglesia del Pereiro, junto al río Côa. Suero trasladó al eremita su intención de erigir una fortaleza en la región para cobijar a los caballeros que deseasen batallar con los musulmanes. Amando indicó a los guerreros un lugar próximo a su ermita. Además, y les aconsejó que solicitaran una regla de vida al obispo de Salamanca Ordoño, a la sazón miembro de la Orden del Cister. Don Ordoño otorgó los estatutos cistercienses y nombró a Suero cabeza de la nueva cofradía religioso-militar, que en principio se denominó Orden de San Julián del Pereiro. Tras la muerte de Suero en combate contra los musulmanes, fue sustituido por su hermano Gómez Fernández.
Al no haber constancia de un documento real o de una bula papal concedida a la hermandad de San Julián antes de enero de 1176, podemos deducir que Suero Fernández fue una figura imaginaria cuya existencia el rey Fernando II de León desconoció. Por los documentos existentes podemos decir que el verdadero fundador de San Julián del Pereiro fue Gómez. Por tanto hay que retrasar la creación de la orden a la fecha en la que el Papa reconoció a la hermandad del Pereiro mediante bula papal.

Es muy probable que los freires de San Julián, cambiasen su condición original de comunidad religiosa, a militar durante el tiempo transcurrido entre las bulas de Alejandro III y Lucio III, puesto que a Gómez se le nombra como prior en la bula de Alejandro III y en cambio, como maestre en la de Lucio III. Al transformarse en orden militar, profesó la regla benedictina y abandonó cualquier subordinación al obispo, pasando a depender directamente del Sumo Pontífice. El papa Alejandro III tomó bajo su protección la casa de San Julián del Pereiro y le concedió diversos privilegios. Los papas posteriores reconocieron y confirmaron los numerosos derechos de la orden de San Julián del Pereiro. Pero no sólo la autoridad religiosa amparó a la nueva institución, sino que también lo hicieron los poderes civiles, pues el rey leonés Fernando II protegió también la casa, pertenencias y a los propios hermanos del Pereiro.
El monasterio de San Julián se ubicaba en un lugar tranquilo y aislado, más acorde con el recogimiento religioso y el cultivo agrícola que con la guerra. Estaba cerca de la frontera con los musulmanes, por la cual se transformó en hermandad religioso-militar para combatirlos. El monasterio también incluyó un hospital, que recogía las donaciones de los habitantes de la región.

Con el paso del tiempo, los papas confirmaron los privilegios del Pereiro, con lo que el primitivo establecimiento incrementó el número de tierras y personas a su cargo, transformándose en una verdadera orden religioso-militar. A partir de entonces su finalidad principal fue colaborar con otros poderes locales en la lucha contra los mahometanos, y así expulsarlos definitivamente de la Península.
 Los documentos de la época atestiguan la existencia de la orden de Trujillo, cuyas referencias se entremezclan con las del Pereiro. Al hilo de este hecho se plantean varias dudas:
- ¿Fue la orden de Trujillo la rama castellana de la orden leonesa del Pereiro?
- ¿Alfonso VIII entregó a Gómez, maestre de San Julián del Pereiro, la fortaleza de Trujillo para establecerse dicha orden leonesa en el reino castellano?
- ¿La orden de Trujillo fue una cofradía militar independiente que posteriormente acordó algún tipo de vinculación con los sanjulianistas?
Muy probablemente Alfonso VIII invitó al maestre Gómez de San Julián a establecerse en Trujillo y adquirir la denominación de orden de Trujillo. Según esta hipótesis, el monarca castellano trató de trasladar la sede de la orden, desde el reino leonés al castellano, pasando a ser ambas la misma institución. La orden de Trujillo sería la rama castellana de San Julián del Pereiro. Otra hipótesis es que la orden de Trujillo nació como una de tantas cofradías o fraternidades militares, pero independiente del Pereiro. No se conoce cuándo, pero la cofradía trujillense se unió a la de los sanjulianistas del cercano reino de León. Pero hubo un contratiempo que retrasó el correcto funcionamiento de la nueva institución. El 1195 los cristianos fueron derrotados por completo en Alarcos, y el propio rey Alfonso VIII tuvo que salir huyendo del campo de batalla a uña de caballo. Como consecuencia del desastre, los almohades se hicieron con Trujillo, Santa Cruz y otras plazas. En 1196 Alfonso VIII, para compensar de alguna forma la pérdida de Trujillo por los sanjulianistas, les otorgó propiedades en Ronda, en las inmediaciones de Talavera, que habían pertenecido a la orden de TrujilloAlfonso VIII se resarció con creces de la derrota de Alarcos en 1212, cuando la victoria cristiana sobre los almohades en las Navas de Tolosa abrió las puertas de Andalucía a los castellanos.

Trujillo fue recuperado en 1231 para las armas cristianas. En consecuencia, los freires del Pereiro-Alcántara reclamaron sus antiguos derechos sobre Trujillo. El rey Fernando III les concedió la villa y el castillo de Magacela en compensación por cualquier derecho que tuvieran sobre Trujillo. Por estos años, la institución sanjulianistas ya era conocida también como orden de Alcántara
Algunos historiadores mantienen que la orden del Pereiro-Alcántara fue una orden filial de la orden de Calatrava, mientras otros en cambio, defienden la total independencia de Alcántara y Calatrava y niegan, cualquier relación de filiación, rechazando cualquier tipo de dependencia entre ambas órdenes militares durante la época medieval. Los alcantarinos lo niegan todo, mientras que los calatravos, en cambio, sostienen lo contrario. Puede que los calatravos tengan algo de razón, pues ya en 1187, cuando el papa Gregorio VIII confirmó las posesiones de la orden de Calatrava, incluyó entre ellas el Pereiro, situado entre Ciudad Rodrigo y Troncoso.
¿Cuándo aparece el nombre de Alcántara definitivamente asociado a la institución conocida como San Julián del Pereiro? En 1213 Alfonso IX de León recuperó definitivamente la plaza de Alcántara para la causa de la Cruz, y a partir de este momento, León trató de atraerse a la poderosa orden de Calatrava, cuyas posesiones estaban en tierras castellanas, para que en caso de conflicto dicha orden no combatiese a favor de los castellanos. No olvidemos que en la cruzada que culminó en la batalla de las Navas de Tolosa, ni León ni Portugal participaron, por desavenencias entre los Alfonsos, y de ambos con el rey de Portugal, también Alfonso. En mayo de 1217 Alfonso IX de León concedió la villa y fortaleza de Alcántara a los freires calatravos, para que sentasen allí sus reales y fundaran un convento para servir al rey leonés y combatir desde allí a los mahometanos.
Sin embargo, de forma sorprendente, los freires calatravos rubricaron en 1218 un acuerdo con la orden leonesa de San Julián del Pereiro, por el que cedían todas las posesiones calatravas en el reino de León a los sanjulianistas, para que instalaran en Alcántara su sede conventual central y asumieran los servicios que el rey leonés había encomendado a la orden de Calatrava. Aunque no conocemos muy bien las razones de esta decisión, fue quizás por falta de recursos para establecer un convento central en el reino de León, tan alejado de sus bases. No obstante, este acuerdo impulsó el desarrollo de la orden del Pereiro, aun a costa de cierta subordinación a la orden de Calatrava, pues los freires del Pereiro se comprometieron a recibir la visita y acatar la obediencia del maestre de Calatrava. La orden de Calatrava, a cambio de esta moderada supeditación, cedía a éstos Alcántara y todas sus posesiones, escrituras, privilegios y bienes muebles en el reino de León. Los cronistas alcantarinos han puesto toda la pasión del mundo en negar tal subordinación. Los cronistas calatravos, en buena lógica, opinan lo contrario: que la Orden de Alcántara estuvo supeditada a la de Calatrava.
 Sea como fuere, es en el año 1218, cuando la orden del Pereiro se traslada a Alcántara y pasa a denominarse Orden de Pereiro y Alcántara. Ambas instituciones, tenían en común, su filiación a la Orden del Cister. La Orden de Alcántara adoptó como insignia el peral, símbolo del Pereiro y dos trabas a semejanza de las de Calatrava. La denominación definitiva de “Orden de Alcántara” se alcanzó en tiempos del Maestre D. Fernán Páez (1284-1292), cuando el convento de San Julián de Pereiro y el resto de las posesiones de la Orden en el reino de Portugal se convirtieron en una encomienda de la Orden, con su correspondiente comendador.
De facto, las órdenes militares de Alcántara y Calatrava, permanecieron como instituciones separadas, con sus respectivos maestres e independencia propia. Aunque existieron pleitos y desavenencias entre ellas. Uno de los mayores problemas fue el derecho de visita de los responsables calatravos a los alcantarinos, algo que a estos últimos no gustaba, pues desde su punto de vista, las visitas del Maestre de Calatrava, eran un signo del control de la orden de Calatrava sobre la de Alcántara. De hecho no hay noticia de ninguna visita del maestre de Calatrava al de Alcántara antes de 1318, ese derecho se fue debilitando paulatinamente en el tiempo. La visita de 1318 debió ser bastante sonada precisamente por la falta de costumbre.
La Orden de Alcántara fue filial del Cister a través de la abadía-madre de Marimond, pero no fue filial de Calatrava, la relación fue más bien fraternal, con una leve supeditación de Alcántara a Calatrava. Y eso a pesar de que la orden de Calatrava trató de inclinar la balanza de esa subordinación a su favor.
Las relaciones entre la orden de Alcántara y los templarios fueron particularmente conflictivas hasta comienzos del siglo XIV, y en buena medida debido a problemas ganaderos. Las controversias alcanzaron su punto culminante en la lucha abierta de 1308 y sólo terminarán con la disolución definitiva de los templarios en el concilio de Vienne de 1311-1312, lo que permitió a la orden de Alcántara acrecentar sus posesiones a costa de los expropiados bienes templarios. Este hecho no hizo más que abrir nuevos conflictos con otras órdenes, principalmente con los hospitalarios, pues el papado había decidido incorporar los antiguos bienes templarios a la orden de San Juan del Hospital en la corona de Castilla.

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