Niña de Ignacio Pinazo Camarlench


Realizado entre 1890 y 1895. Óleo sobre lienzo, de 31 X 54 cm.



El retrato infantil constituye una de las especialidades en la producción pictórica de Ignacio Pinazo. Seguramente y como reflejo de su propia vivencia personal, valoró extraordinariamente a la familia y encontró en sus hijos, José e Ignacio, los mejores modelos. A partir de 1876, coincidiendo con su segunda estancia romana, el pintor convierte a los niños en protagonistas de algunas de sus obras de imaginación como Juegos icarios o El guardagujas, ambos de 1877, iniciando con el nacimiento de su primogénito José en 1879 una de las temáticas más fértiles, en estrecha relación con su ámbito afectivo y familiar. 

En el conjunto de su producción destaca el elevado número de pinturas, estudios y dibujos que tienen como protagonista el mundo infantil, tratado con enorme libertad por el pintor, sin caer en tonos sensibleros más propios de la pintura social del momento. La principal aportación del artista reside en valorar estos fragmentos de vida que representan el arte por sí mismo, frente a la importancia del asunto que tanto preocupaba en las esferas oficiales. Los niños, y aquí tenemos un buen ejemplo de ello, representan la frescura y espontaneidad en la expresión de los sentimientos, lo que va a permitir al pintor valenciano experimentar al mismo tiempo forma, gesto y proceso pictórico. Se advierte la misma dualidad que en el conjunto de su obra retratística entre el empleo de gamas más oscuras y expresivas, de origen goyesco, en este caso para la representación del niño artífice, en movimiento, que juega y actúa, y el uso los tonos luminosos y claros, para las figuras infantiles que observan y reflexionan, más acordes con los rasgos que definen la pintura valenciana de ese momento, acercándonos a la sensibilidad contemporánea más avanzada. 

Dentro de la gama más colorista destaca la representación de Niña, merecidamente uno de los retratos infantiles más admirados del artista. La niña representada es su sobrina Antoñita, y repite el gesto de la figura protagonista de La edad de oro, obra realizada en 1881 a su regreso de Roma. El título de esta obra indica probablemente la concepción de la infancia que tenía el pintor de una etapa de pureza y naturalidad, un tiempo dorado de dorada inocencia. Pinazo escoge un formato horizontal, de gran originalidad, que concentra nuestra atención en la contemplación del rostro absorto de la niña, retratando casi fotográficamente un instante preciso y convirtiendo esta obra en el retrato de una mirada, como ha señalado acertadamente F. Javier Pérez Rojas, quien amablemente nos ha facilitado la identificación de la modelo. Dotada de una enorme riqueza plástica, el perfil de la figura se esboza con pincel oscuro, y apenas se cubre el fondo de color, con la intención de destacar la presencia del rostro, fuertemente iluminado desde la izquierda. El color construye la figura en un proceso armonioso y continuo, transformándose del pardo al azul, verde y amarillo. Emplea pinceladas más amplias en el fondo, cabello y sombras, muy expresivas en su yuxtaposición y entrecruzamiento, mientras utiliza toques cortos con infinitos matices en los dos elementos fundamentales del retrato, los párpados, pestañas, barbilla, y la boca entreabierta, coloreada de un carmín transparente y un apunte blanco, más espeso y breve en la comisura que parece retener el aliento de vida suspendido de su protagonista. La armonía de la forma y del color y la extraordinaria audacia técnica en el uso del pincel y espátula, muestran la indiscutible modernidad de la propuesta del pintor valenciano.

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