Castillo de Ampudia


    Es posiblemente, el mejor castillo palentino. Construido en el siglo XI sobre las ruinas de un lujoso alcázar, fue amurallado a finales de ese mismo siglo. En 1188 Alfonso VIII de Castilla incluyó la villa en la dote de su hija Berenguela, perteneciendo durante el siglo XIII a las reinas doña Beatriz de Suabia y doña Violante. En 1296 se encuentra bajo el dominio del infante Don Juan, sublevado contra Fernando IV de Castilla. Este ofrece la villa a la ciudad de Palencia, si consigue tomarla, cosa que no consigue, al permanecer en poder de Juan Núñez de Lara, aliado del infante rebelde. En diciembre de 1297, tras un asedio de cuatro días y ante la inminente llegada de la reina doña María de Molina, madre del rey, Juan Núñez escapa a Torrelobatón. Pertenece posteriormente a doña María de Portugal, esposa de Alfonso XI de Castilla, y en 1354 la villa fue conquistada por el rey Pedro I de Castilla, quien la cedió a su favorito Juan Alfonso de Albuquerque. La muerte de Pedro I, en la guerra civil que le enfrenta con Enrique II de Trastámara, supone el paso al infante don Sancho, hermano de Enrique II.






    A principios del siglo XV el obispo de Palencia, Sancho de Rojas, donó la villa a su sobrino Pedro García de Herrera, quien, en 1419, consiguió de Juan II de Castilla privilegio para instituir mayorazgo con la villa. Pedro García de Herrera se casó con María de Ayala, y a su muerte, en 1455, le sucedió su hijo García López de Ayala, que estaba casado con María Sarmiento. Entre 1461 y 1488, estos señores construyen la parte principal del actual castillo, colocando los escudos de Herrera, Ayala y Rojas, que decoran los frisos de las habitaciones principales. Les sucede en 1485 su hijo, Pedro Ayala y Rojas, conde de Salvatierra, quien toma el castillo por la fuerza a su madre.

    En 1521, durante la guerra de las comunidades, el conde de Salvatierra tomó partido por el bando comunero, lo que hizo que el castillo fuera tomado por los realistas al mando de don Francés de Beaumont. Posteriormente, los comuneros, al mando de Padilla y el obispo Acuña, tras cuatro días de asedio, reconquistaron la fortaleza, obligando a los defensores a salir en busca de refugio al vecino castillo de Torremormojón. Derrotadas las tropas comuneras, en 1522 el rey Carlos I confiscó el castillo, y pese a la promesa de no devolverlo a don Pedro de Ayala ni a sus sucesores, ni de enajenarlo, en 1525 fue vendido al hijo del conde rebelde por veinte mil ducados.

    En 1528 la fortaleza fue reformada para alojar en ella a los Delfines de Francia, prisioneros del emperador Carlos V, tras la Batalla de Pavía.

    Al agotarse la línea primogénita de los Ayala, pasó en 1597 a poder de Francisco de Sandoval y Rojas, futuro duque de Lerma y valido de Felipe III, que colocó su escudo de armas en la puerta principal y convirtió la armería en la pieza principal del castillo.

    Durante la guerra de la independencia los franceses, al mando del mariscal Bessières, ocuparon la villa y el castillo.

    En 1834 se extrajeron piedras del castillo para construir el cementerio. Su planta escuadrada, de 35 metros de lado. Fue reconstruido en la segunda mitad del siglo XV con buena piedra de sillería. El lienzo correspondiente a la antigua muralla fue sustituido por un muro mucho más ancho y elevado para intentar compensar la cercana presencia de un padrastro desde donde podía ser batido con facilidad. Cuenta con almenas a ambos lados, y en sus extremos se levantan la torre del homenaje, de gran altura y tamaño, y la torre de Malpique, desaparecida a principios del siglo pasado como consecuencia de un rayo.





    Las otras dos esquinas están protegidas por sendas torres de planta cuadrada, en las que unas molduras marcan sus distintos niveles. Las ventanas tienen arcos geminados. Todo el recinto presenta almenas y cinco garitones. La torre del homenaje es mucho más sobria. La entrada a la misma se realiza a la altura de la primera planta, actualmente por una escalera de caracol externa, aunque inicialmente se accedía a ella por medio de una pasarela. El piso bajo, usado como depósito o mazmorra, solo era accesible desde el primer piso, desde el que una nueva escalera de caracol, en este caso empotrada en el muro, permite subir tanto a la segunda planta, cubierta con doble bóveda de crucería, como a la tercera, donde existen dos puertas que comunican con el adarve y están defendidas por medio de ladroneras situadas encima de las mismas. La cuarta planta también está cubierta con bóveda de crucería, y se llega a ella por medio de una escalera de madera, mientras que la que comunica con la azotea está construida intramuros.

    En la fachada que da al pueblo se localiza la puerta principal del recinto interior. Está formada por grandes dovelas bajo el escudo del duque de Lerma y protegida por dos hermosas garitas. Había una segunda entrada, junto a la torre del homenaje y protegida por una tronera, formada por un estrecho pasillo con dos puertas, y que comunicaba con el exterior del recinto amurallado. Este acceso fue eliminado al construirse la escalera de caracol que permite subir a la torre.





    El recinto interior tiene adosado un edificio con tres alas en torno a un patio porticado formado por arcos rebajados que se apoyan en columnas octogonales. Estas dependencias palaciegas cuentan con bellos artesonados de madera y las puertas y ventanas de los salones se han decorado con adornos góticos. En la planta baja se pueden apreciar las dependencias correspondientes a las caballerizas, la cocina, el cuerpo de guardia y almacenes.

    Una barrera externa con cubos circulares rodea al castillo en los tres frentes internos a la villa, uniéndose a la muralla en los cubos de esta. Está construida con sillarejo y preparada para el uso de artillería. A la puerta principal, en línea con la entrada al recinto interior y flanqueada por dos cubos artillados, se accedía por medio de un puente levadizo, ahora reconstruido. El conde de Salvatierra ordenó su construcción en 1538 para salvar el foso que rodeaba la barrera y del que aún quedan vestigios. Dos portillos en la barrera permitían, mediante escaleras interiores, el descenso al foso.





    De la muralla que rodeaba la villa, solo se conservan en pie algunos cubos de gran altura, correspondientes al siglo XIII. Esta cerca enlazaba con la fortaleza y con la iglesia de Santiago que perteneció al castillo. A finales del siglo XIX las dos torres y el lienzo con los dos garitones situados en el frente principal del castillo tuvieron tejado por encima de las almenas.

    El castillo fue abandonado después de la invasión francesa, y en 1960 lo adquirió Eugenio Fontaneda, quien lo restauró y convirtió en un interesante museo en el que se puede contemplar una de las más importantes colecciones privadas de arte antiguo de España, con muebles y decoración de la época, distribuida en seis salas.

 Ramón Martín

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