Fernando I el de Antequera, rey de Aragón desde 1412 a 1416

    También rey de Valencia. Fue conocido como el Honesto o el Justo; había nacido en Medina del Campo el 17 de noviembre de 1380. Hijo de JUAN I de Castilla y de LEONOR de Aragón, contrajo matrimonio en 1393 con LEONOR de Alburquerque. En 1390, en las Cortes de Guadalajara, su padre le había otorgado los títulos de duque de Peñafiel y conde de Mayorga. Ese mismo año falleció JUAN I y le sucedió en el trono ENRIQUE III el Doliente, hermano de Fernando; tras la muerte en 1406 de ENRIQUE, Fernando rehusó la Corona castellana, aunque asumió la regencia, compartida con la reina CATALINA de Lancaster, durante la minora de edad de su sobrino, JUAN II de Castilla.
    A partir de 1407, y en cumplimiento del testamento real, corresponde a Fernando el gobierno de la mitad meridional, las tierras situadas al sur de la sierra de Guadarrama que limitaban con el reino nazarí de Granada. Fernando reemprendió la guerra contra los musulmanes granadinos, iniciada en los años finales del reinado de ENRIQUE III. Tras una importante victoria marítima sobre la escuadra de los sultanes de Túnez y Tremecén frente a Gibraltar, hubo de desbaratar una segunda contraofensiva granadina y en 1406 logró conquistar la ciudad de Zahara (Cádiz). Finalizada la tregua de ocho meses pactada en 1408, en 1410 Fernando se apoderó de Antequera (Málaga) tras un largo sitio, acción que le valió el sobrenombre de Fernando de Antequera.
    Al morir sin sucesión directa el rey de Aragón MARTÍN I el Humano, Fernando presentó su candidatura junto con otros cinco pretendientes y, tras las deliberaciones de los compromisarios de Caspe, fue elegido para ocupar el trono aragonés y proclamado en 1412. La coronación no se produjo, sin embargo, hasta 1414, y tuvo lugar en Zaragoza.
    En la designación de Fernando, que supuso el comienzo de la dinastía castellana de los Trastámara en la Corona de Aragón, incidieron varias circunstancias, entre ellas el asesinato del arzobispo zaragozano García Fernández de Heredia a manos de Antón de Luna, lo que restó popularidad a los candidatos Luis de Anjou, duque de Calabria, y Jaime de Urgell. Resultaron igualmente decisivos, la animadversión de la burguesía barcelonesa hacia los condes de Urgell y el apoyo recibido por Fernando de la familia Aragonesa de los Urrea y de la catalana de los Centelles, así como el del papa Luna (Benedicto XIII), a través de San Vicente Ferrer.
    La oposición al rey estuvo encabezada por Jaime de Urgell. Aconsejado por su madre, Margarita de Montferrato, y por Antón de Luna, y contando con el respaldo de la nobleza feudal catalana, Jaime de Urgell intentó hacer valer sus derechos por la fuerza y en 1413 se levantó en armas contra Fernando, consiguiendo, con la ayuda de mercenarios anglofranceses, tomar los castillos de Trasmoz (Zaragoza) y Montearagón (Huesca) y atacar Lleida. Como reacción a esta ofensiva, Fernando I de Aragón ordenó a sus tropas el asedio de Balaguer, capital de los dominios de Jaime de Urgell, que fue tomada en octubre de 1413. Jaime fue apresado, procesado y recluido a perpetuidad en el castillo de Xàtiva y posteriormente en la fortaleza de Uruea (Valladolid), y sus bienes fueron confiscados.


    Al ocupar el trono, Fernando de Aragón hubo de afrontar graves problemas: inflación, mala administración, bandolerismo, desórdenes y anarquía; para ello, emprendió una reorganización de la Hacienda Real en Aragón, aumentó la presión fiscal, intentó mejorar el control de las finanzas y llevó a cabo una reforma municipal de Zaragoza, la capital del reino en 1414. Consiguió salvaguardar la integridad de su territorio, amenazado por incursiones de tropas extranjeras, el buen funcionamiento de las Cortes y el desarrollo de la economía lanera, pero fue incapaz de detener la ola de violencia desatada contra los judíos, agudizada por la predicación de Vicente Ferrer.
    Fernando permitió los abusos de los señores sobre sus vasallos, que quedaron aún más sujetos a la tierra, y propició el ascenso de una oligarquía formada por la pequeña nobleza y el patriciado urbano que pretendía conservar y aumentar sus privilegios. Con el fin de consolidar su posición y de afianzar lo que en el futuro se denominará “monarquía autoritaria”, Fernando hubo de realizar importantes concesiones, lo que implicaba la formación de un régimen basado en las doctrinas pactistas.
    En Cataluña, la oligarquía urbana aprovechó la confusión provocada por las guerras civiles, y en las Cortes de Barcelona de 1412, llevó a cabo una ofensiva destinada a reforzar las Cortes y la delegación permanente de éstas, la Diputación del General de Cataluña (Generalitat), que pasó de ser un organismo financiero a convertirse en una institución con poder de intervención en el gobierno del principado. Por esos mismos años se creó la Real Audiencia, lo que significó la emancipación de la justicia respecto del poder real. Esta política conciliadora, sin embargo, quedó interrumpida cuando el monarca tuvo capacidad para hacer frente a las exigencias de las Cortes, actitud que dejó bien patente en las de Tortosa-Montblanc (1413-1414), que hubo de abandonar debido a las reticencias de los representantes catalanes a otorgarle los subsidios por él solicitados.
    Después de consolidar su posición dentro del reino, Fernando inició una activa política mediterránea que se centró en la pacificación de Sicilia, sumida en la guerra civil que desde el fallecimiento de Martín el Joven, enfrentaba a la reina viuda BLANCA de Navarra y a Fadrique de Luna, hijo natural de aquél. No sólo consiguió poner a salvo los territorios sicilianos y sardos, sino que puso las bases para la política expansiva de su hijo ALFONSO. Para normalizar la situación y asegurar la soberanía en Sicilia, nombró en 1412 una comisión formada por cuatro delegados. En 1415, una vez que la comisión logró la pacificación definitiva, Fernando envió a su segundo hijo, el futuro JUAN II, como virrey de Sicilia.
    Más problemática fue la solución del conflicto de Cerdeña debido a la rebelión sarda promovida por Guillermo II, vizconde de Narbona, con quien Fernando hubo de negociar en 1414 la adquisición de los derechos que como heredero de la casa de Arborea poseía sobre la isla. En mayo del año siguiente, como consecuencia de la actitud de Leonardo de Cubell, marqués de Oristany, se produjo un levantamiento contra el dominio catalán al que el monarca puso fin mediante la venta de algunos territorios pertenecientes al citado marquesado. Otros hechos destacables fueron la tregua firmada con Génova en 1413, y los tratados de amistad con el rey de Fez y con el sultán de Egipto, hecho éste que permitió la restauración del consulado barcelonés en Alejandría.
    En el aspecto religioso, Fernando I de Aragón actuó como mediador en el Cisma de Occidente. En dos ocasiones, en Morella en 1414 y en Perpiñán en 1415, intentó convencer al papa Benedicto XIII, para que renunciase al pontificado; al no conseguir su propósito por la vía conciliadora, y aconsejado probablemente por San Vicente Ferrer y por su hijo ALFONSO, el rey aragonés optó por acatar la decisión tomada en el Concilio de Constanza, separándose de la obediencia del papa Luna en 1416.
    En los últimos años de su reinado los conflictos políticos y sociales se agudizaron, obligándole a enfrentarse a la oligarquía barcelonesa y a la poderosa Biga; consecuencia de este enfrentamiento fue su negativa a pagar los impuestos generales, lo que provocó una fuerte protesta de los consellers, Juan Fivaller consiguió disuadirle y, tras aceptar el pago del tributo, Fernando abandonó la ciudad camino de Zaragoza, viaje durante el que falleció, en Igualada el 2 de abril de 1416.
    Fernando I de Aragón había contraído matrimonio en 1393 con su tía, LEONOR de Alburquerque, hija del infante Sancho, enlace que le permitió ampliar su ya rico patrimonio con extensos dominios castellanos. De esta unión nacieron siete hijos; el primogénito, ALFONSO V de Aragón, que le sucedió en el trono; a la muerte de ALFONSO V la corona aragonesa pasaría a manos del segundo hijo de Fernando, JUAN II de Aragón y de Navarra.
    Continuando la tradición familiar, Fernando I de Aragón llevó a cabo una política tendente a asegurar el futuro de sus hijos y a defender sus intereses castellanos, actitud que indirectamente favorecería a finales del siglo XV la unión de las coronas de Castilla y Aragón. Así, su hijo Enrique fue maestre de la Orden de Santiago, conde de Alburquerque y señor de Ledesma; Sancho fue maestre de Calatrava y Alcántara; Pedro obtuvo el ducado de Notho; y las dos infantas, MARÍA y Leonor, contrajeron matrimonio con JUAN II de Castilla y con Eduardo I de Portugal, respectivamente.




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