Pedro IV el Ceremonioso, rey de Aragón desde 1336 a 1387

    También Pedro II el Ceremonioso, rey de Valencia. Es, sin duda, uno de los genios de la diplomacia con los que contó la Corona de Aragón durante sus siglos de existencia. Hijo de Alfonso IV y de Teresa de Entenza, nació en la localidad ilerdense de Balaguer en el año 1319, su infancia y juventud las pasó en Aragón, por lo que fue más proclive a los intereses del reino aragonés, que buscaba una política más peninsular, que a los del condado de Barcelona o el Reino de Valencia, que buscaban una política de expansión mediterránea. No muy desarrollado físicamente, desde edad muy temprana comenzó a desarrollar su faceta cultural, siendo considerado un monarca muy culto y abierto a nivel personal. De hecho, en el propio palacio de la Aljafería de Zaragoza dispuso varios espacios como biblioteca. 

    Al subir al trono en 1336, ya tenía una cierta experiencia de gobierno, pues durante una enfermedad de su padre, había desempeñado el puesto de lugarteniente del reino. A pesar de que algunos nobles catalanes, le pidieron que fuera primero a Barcelona a jurar los Usatges, Pedro IV se hizo coronar primero en la Seo de Zaragoza, donde juró los fueros aragoneses tal y como dictaba la tradición desde hacía algo más de un siglo. 

    Con fama de enérgico, a veces con fama de cruel o tirano, quizás se creó esta fama por sus esfuerzos para incrementar el poder de la monarquía frente a una nobleza levantisca, especialmente en los reinos de Aragón y Valencia. En política interna reorganizó la corte, la administración y el ejército, estableciendo los cánones de cómo debían efectuarse eventos reales, como la ceremonia de coronación, viniendo de ahí uno de los apelativos por el que se le conoce. 

    Unos de los momentos álgidos de su reinado fueron debido a su enfrentamiento con la Unión de Nobles de Aragón, apoyados por la de Valencia. Es necesario recordar que, desde hacía años, la nobleza le había arrancado a la monarquía el llamado “Privilegio de la Unión”, que sometía a los monarcas a un gran control, si bien es cierto que defendiendo siempre los intereses de los poderosos.

    En 1347 Pedro IV, que por entonces solo tenía a su hija, Constanza, para asegurar la continuación de su linaje decidió unilateralmente que fuera nombrada heredera al trono. No buscó la aprobación de la nobleza, la cual le acusó de contravenir sus privilegios, por lo que la Unión se levantó en armas contra el monarca. La situación era complicada, ya que numerosas localidades importantes del reino se pusieron al lado de la nobleza, como Zaragoza, Huesca, Teruel, Daroca y Calatayud. Sin embargo, Pedro IV terminó por imponerse gracias a su decisiva victoria en la Batalla de Épila en 1348. Esto supuso el final definitivo de la Unión y de sus Privilegios, que fueron derogados por el monarca en una simbólica actuación en las cortes convocadas en al convento de los predicadores de Zaragoza, cuyo documento rasgó en público con su puñal. 

    El Reino de Mallorca se había convertido en un problema para la Corona de Aragón desde la muerte de Jaime I el Conquistador, pues este legó este reino junto a los dominios de la corona en el sur de Francia a su segundo hijo Jaime, disgregándolos del resto de los dominios de la corona aragonesa. Hubo varios intentos para reunificar estos Estados, pero finalmente fue Pedro IV quien logró arrebatárselos a Jaime III de Mallorca, quien era su cuñado y tío lejano, y reincorporó al Reino de Mallorca a la Corona de Aragón de forma definitiva. 

    Muy activo en política exterior, mantuvo continuas luchas con la república de Génova, que financiaba continuamente rebeliones en la isla de Cerdeña. Los genoveses llegaron a ocupar la zona de Alguer, de donde fueron expulsados por tropas catalanas que luego repoblaron la zona, motivo por el cual hoy en día se sigue hablando en la zona el catalán. Sin embargo, hacia 1369 el dominio de la corona sobre Cerdeña era apenas testimonial en algunas zonas de la isla, a pesar del empeño del rey para evitarlo.

Escudo de armas de Pedro IV 

    Entre sus éxitos está el dominio desde 1355 de los famosos ducados de Atenas y Neopatria, dominados desde hacía años por los famosos almogávares. Para Pedro, un gran amante de la cultura clásica, el hecho de dominar la ciudad de Atenas fue todo un orgullo, aunque realmente estas posesiones en Grecia causaron más problemas que beneficios y apenas duraron algo más de 30 años. 

    Los últimos años de su reinado fueron calamitosos. En primer lugar, llegó la Peste Negra, que desde 1348 comenzó a asolar a la población de toda Europa. La pérdida de población provocó una creciente crisis económica en el continente, que en la Corona de Aragón se tradujo en la quiebra de varias compañías comerciales catalanas, lo que acusó gravemente el rey, que desde hacía tiempo se había volcado en favorecer los intereses de la nobleza y los comerciantes catalanes por encima de los de otros Estados como Aragón. 

    Además, entre 1356 y 1367 la Guerra de los Dos Pedros con Castilla, afectó enormemente a los reinos de Aragón y Valencia, pues muchas de sus villas fueron ocupadas por las tropas castellanas, algunas durante varios años como Tarazona o Calatayud. La muerte de Pedro I de Castilla, en Montiel, en 1369 a manos del bastardo Enrique de Trastámara, dieron lugar a la paz de Almazán de 1375; firmándose un tratado entre Pedro IV de Aragón y Enrique II de Castilla, que éste no respetó del todo en cuanto se refiere a las reivindicaciones aragonesas de algunos lugares fronterizos, y acordándose el matrimonio del futuro Juan I con la hija del Ceremonioso, Leonor

    La peste, la guerra y la crisis económica dejaron temblando a las arcas reales, hasta el punto de que el rey llegó a tener que empeñar su preciada corona de oro y piedras preciosas a unos prestamistas, corona que jamás pudo ser recuperada. 

    El fallecimiento de Pedro IV en Barcelona un 5 de enero del año 1387, después de haber declarado como heredero a su hijo el infante don Juan en el testamento de 1379, cerraba una época difícil y conflictiva y abría un tiempo de transición hacia nuevas formas de vida manifestadas inicialmente en los sucesivos reinados de los hijos del Ceremonioso, Juan I y Martín el Humano, tenidos en su tercer matrimonio, que morirían sin descendencia masculina el primero y después de haber sobrevivido el segundo a su hijo Martín el Joven de Sicilia, fallecido en 1409. 

    La extinción de la Casa de Barcelona coincidiría, pues, con la llegada de los nuevos tiempos, pero el reinado del Ceremonioso encerraba ya los gérmenes de la transición, disimulados por el continuo sobresalto en que vivieron los aragoneses. Las diferencias surgidas en este período tuvieron en el fondo unas motivaciones sociales, económicas e ideológicas en un mundo internacionalmente belicoso y en un ambiente de incertidumbre moral y crisis religiosa como no se había conocido hasta entonces en Occidente. Pedro IV actuó como un monarca más de su época que trató sobre todo de afirmar la monarquía y asegurar la institución por encima de las nuevas fuerzas sociales y económicas que aparecían en el horizonte europeo exigiendo participación política, prestigio social y libertad económica para sus intereses.


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