Rafael Sanzio


Nacido en Urbino, el 6 de abril de 1483, y fallecido en Roma, el 6 de abril de 1520. Ha sido siempre reconocido como uno de los más grandes artistas del alto renacimiento en Italia, siendo aclamado como pintor, diseñador y arquitecto. Trabajó para los papas Julio II y León X. Su padre, Giovanni Santi, fue pintor y poeta en la corte de los Montefeltro en Urbino y, aunque falleció tempranamente, le enseñó los primeros rudimentos de la pintura.

Sus dotes técnicas e intelectuales florecieron gracias a la soltura con que se movió en los círculos del poder de Urbino, Florencia y Roma. Su maestro más importante fue Pietro Perugino. Rafael realizó sus primeras pinturas independientes para Urbino y las localidades de Perugia y Città di Castello hacia 1500-1507. Su primer encargo documentado es un gran retablo que pintó en 1500-1501 para la iglesia de San Agustín de Città di Castello.

En 1504 se estableció en Florencia, donde Miguel Ángel y Leonardo estaban revolucionando el renacimiento florentino. El joven Rafael se sumergió en el arte nuevo, y muchos dibujos demuestran que estudió aspectos del estilo de uno y otro maestro. A finales de 1508 fue llamado a Roma por Julio II, para trabajar, junto con Perugino, Lotto, Sodoma y otros, en la redecoración de las salas del palacio del Vaticano que se conocen como stanze. El éxito que alcanzó en Roma fue tal que pronto se vio desbordado por encargos de pintura, diseño y arquitectura, y su taller creció hasta convertirse en el motor del renacimiento romano.

Tras la elevación al solio de León X, Rafael hizo cuadros de altar para otros lugares. Al morir Bramante en 1514 fue nombrado arquitecto del nuevo San Pedro de Roma. Fue honrado a su muerte como lo había sido en vida, y celebrado en incontables panegíricos poéticos. Vasari, aunque consideraba a Miguel Ángel como la figura central, le presenta como artista ejemplar y modelo santo (en un juego de palabras con el apellido Santi). En los siglos siguientes su fama alcanzó dimensiones hagiográficas, que culminarían en el siglo XIX con el culto de los nazarenos y la devoción de artistas como Ingres. Su lugar en el panteón de los grandes artistas declinó a comienzos del siglo XX, cuando la figura del genio frustrado cobró mayor relieve que la del estudioso consumado.

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