Marina de Guerra de los siglos XVIII y XIX: Innovaciones técnicas

Cabo Finisterre

Ante la inferioridad mostrada en anteriores combates, la Marina Británica, introdujo algunas mejoras, que si no consiguieron mejorar a corto plazo, si lo hicieron posteriormente. Una de estas mejoras fue la introducción de los forros de cobre, que resultó decisiva en los combates de Santa María y de cabo Espartel,  permitiendo en el primer caso la caza de la escuadra de Lángara y en el segundo la retirada de la escuadra británica. Como es sabido, la obra viva se llenaba de vida marina adherida a ella, lo que añadía un enorme peso al casco y rompía sus líneas hidrodinámicas, haciendo al buque mucho más lento y pesado, lo que obligaba a ponerlo en seco, continuamente, para despojarle de aquello.
Broma

Entre toda aquella vida animal y vegetal destacaba por su peligrosidad  el molusco "broma" (Teredo Navalis), que escava galerías en las maderas más duras. Ya los romanos optaron por recubrir el casco con plomo, que aunque eficaz, añadía demasiado peso. Tras otras muchas pruebas, la Royal Navy fue pionera en la introducción de planchas de cobre por iniciativa de Anson en la década de 1760.
Francia y España tardaron en incorporarse a la mejora, los franceses empezaron a aplicarlo desde 1778, y los españoles desde 1780. Primero se forró el costado con papel, incorporando después las planchas de cobre fijadas con clavos de hierro. Pero el cardenillo del cobre atacaba la madera, y el cobre, por efecto galvánico, atacaba la clavazón. Al final se optó por forro de tabla, zulaque y por fin las planchas de cobre, utilizando clavos de bronce. Para asegurarse el cobre suficiente, se recurrió a importaciones europeas, ya que la producción española de cobre, resultaba insuficiente.

Forro de cobre en El Soberano
Otra innovación fue la aparición de la carronada, era esta una pieza de artillería nueva, las primeras se fundieron en la fábrica escocesa de Carron en 1774. El tema era conseguir una pieza de artillería  de poco peso y gran calibre. Era necesario acortar el tubo y adelgazar las paredes, por lo que era necesario introducir, una menor cantidad de pólvora, lo que sumado a la menor longitud del tubo, traía como consecuencia un menor alcance.

Carronada
Las carronadas se idearon para armar pequeños buques. Eran inmejorables en el combate a corta distancia,  pues, atiborradas de metralla, sembraban la cubierta enemiga de balas de mosquete, con efectos devastadores. Los mayores cañones de la época  eran de 36 libras en las marinas francesa y española, y de 32 en la británica;  hubo de 42, pero poco utilizados por su excesivo peso, sin embargo hubo carronadas de 6, 9, 12, 18, 24, 32, 42, 68 y hasta 96 libras. El peso era importante, un cañón de 32 libras pesaba 56 quintales, mientras que una carronada del mismo calibre, pesaba solamente 19.
Las carronadas eran inestables y de escasa puntería, además de su poco alcance. Una cañón de a 36 alcanzaba a las 3.609 yardas, mientras que una carronada de a 32, alcanzaba poco mas de 1.000.
Según el reglamento de 1802, los navíos ingleses de tres puentes y 100 piezas, llevaban realmente 112 contando las carronadas; los de 98, 106, los de 74, 82. Tanto españoles como franceses no supieron dar una respuesta adecuada al nuevo desafío. La débil respuesta francesa se explica por su tradicional reserva al combate. Los españoles tardaron en conseguir una solución alternativa, se trataba de conseguir una pieza parecida a la carronada, pero más segura y estable. El artífice fue el comisario general de Artillería  de la Armada don Francisco Javier Rovira, presentando el 24 de noviembre de 1783, su proyecto de obuses, que fue aprobado.

Obús de a 24 libras
Los primeros era de bronce con calibres de a 48, 36, 24, 18 y 12, se probaron en febrero de 1785, con piezas emplazadas en tierra y a bordo del navío Santa Ana, comparándolas con las carronadas inglesas de 96, 68 y 42 libras. Del resultado se decidió  suspender lo referente a las carronadas,  centrándose en los obuses de Rovira, sustituyendo el bronce por hierro.
Navío Santa Ana
Al fin se hicieron de a 48, 36, 30, 24, 18, 12, 8 y 6 libras. El resultado, al reducir el grosor del ánima, fue que la mayor de estas piezas, pesaba un poco menos que un cañón de a 8. El obús medía 6 pies y tres pulgadas contra los 9 y 4 del cañón; pesa el obús de a 24, 16 quintales, frente a los 20 largos del cañón de a 6 largo y 16 del corto. Tras los sucesivos cambios, las piezas, precursoras del cañón Paixhans, que revolucionó la artillería naval del XIX, empezaron a entrar en servicio en 1790, señalándose ocho de a 24 para cada navío y seis para cada fragata; continuando así hasta 1803, en que se fijaba: 10 de a 48 y 6 de 24 para los navíos de tres puentes y 112 cañones;  10 de a 36 y 6 de a 24 en los de 80; 10 de a 30 y 6 de a 24 en los de 74; y 12 de a 24 en las fragatas.
Por último,  también se introdujo con mucho retraso otra mejora británica,  las llaves de fuego o de chispa en los cañones. Hasta entonces, los cañones se disparaban acercando una mecha encendida o botafuego al oído de la pieza. La nueva solución era una llave parecida a la de los mosquetes, que permitía una mejor puntería al artillero.

José de Mazarredo
En 1797 eran aun desconocidas en nuestras escuadras, y Mazarredo tuvo que implantarla en la de Cádiz tras el desgraciado combate de San Vicente. En plena campaña de 1805, varios navíos de Gravina, en el combate de Finisterre, tuvieron que utilizar las llaves de pistolas de la dotación.
Todos los retrasos en la implantación de estas novedades en la Armada Española, fueron debidos, más que a la ceguera técnica ante las innovaciones del enemigo, a la escasez de presupuesto en la Armada en aquellos cruciales años. Esto nos lleva a examinar el armamento de nuestros buques, cosa que haremos en el siguiente capítulo.

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