Isabel de Portugal

ESPOSA DE CARLOS I



    Emperatriz de Alemania y reina de España nacida en Lisboa el 25 de octubre de 1503 y muerta en Toledo el 1 de mayo de 1539. Segunda hija de Manuel I el Afortunado, rey de Portugal, y de doña María de Castilla, tercera hija de los Reyes Católicos, pasó los primeros años de su vida en el Palacio Real de Lisboa, junto a sus siete hermanos. La princesa recibió una esmerada educación de marcado carácter humanista, además de aprender a leer y escribir, estudió latín, castellano, inglés y francés. Su madre inculcó en Isabel una profunda religiosidad, fueron frecuentes sus visitas a iglesias y conventos, sus colaboraciones en obras piadosas y ambas presidieron numerosos oficios religiosos del calendario litúrgico. Su padre, sin embargo, sintió predilección por la mayor de sus hijas, así al cumplir catorce años la nombró señora de la ciudad de Viseo y de la villa de Torres Medrás, por lo que a partir de ese momento dispuso de fortuna propia.

    Isabel dedicaba gran parte del día al recogimiento y la oración, en la Capilla Real del palacio, recibiendo clases del capellán del rey, Álvaro Rodrigues, sobre doctrina cristiana. Destacó por su gran belleza y para que ésta fuera duradera, su madre la animó a practicar numerosos ejercicios físicos, lo cual la llevó a convertirse en una experta amazona. Fue notable su afición por la costura, sobre todo por los bordados, participando en la elaboración de ornamentos eclesiásticos y colaborando con las damas de la Corte en la confección y cuidado de la ropa de sus hermanos y de su padre.

    En el año 1517 su vida cambió bruscamente debido a la muerte de la reina María, al dar a luz al infante don Eduardo, ante este triste acontecimiento su padre le encargó que se ocupara de sus hermanos, actividad a la que ésta se dedicó de lleno durante dos años. Dos años después de haber enviudado por segunda vez, su padre contraería terceras nupcias en 1519, con una prima hermana de ellos, la infanta doña Leonor de Austria, hermana de Carlos I, Isabel pasó a ocupar un segundo plano, aunque las relaciones con su madrastra fueron en todo momento cordiales desarrollando, con el paso del tiempo, una profunda amistad.

    Tras la muerte de Manuel I el Afortunado, el 13 de diciembre de 1521, Isabel y Leonor se retiraron a un convento para rezar por el alma del difunto, residiendo poco tiempo después juntas, en un palacio propiedad del duque de Braganza. En estos años la diplomacia portuguesa trabajaba incansablemente para que la princesa y su hermano, el futuro Juan III, contrajeran matrimonio con alguno de los hijos de Juana I de Castilla. Así desde el año 1518 se intentó concertar, de forma secreta, el matrimonio de Isabel con el joven rey de España, Carlos I.

    Las negociaciones duraron ocho años, a pesar de las simpatías que despertaba la joven princesa en las Cortes castellanas, ya que los notables del reino veían en ella una digna sucesora de su abuela materna, Isabel la Católica; sin contar que un doble matrimonio entre príncipes de ambos reinos podía desembocar, en la unión de ambas coronas. Pero la situación internacional requería la máxima atención del Emperador y éste, se mostraba contrario a faltar al compromiso adquirido con Enrique VIII, por el cual debía casarse con su hija, María Tudor, cuando ésta alcanzara la edad casadera. Las negociaciones continuaban abiertas, puesto que la dote de Isabel podía mejorar las finanzas del Emperador y por su parte, Juan III de Portugal estaba decidido a cumplir uno de los últimos deseos de su padre.


    Finalmente, tras cuatro años de contactos diplomáticos entre ambas Cortes, en 1522 Carlos envió al arzobispo de Toledo, Juan Tavera, a Portugal, con el fin de concretar el enlace de Juan III  con su hermana Catalina de Austria y el suyo con la princesa Isabel. Las nuevas negociaciones fueron infructuosas y tras sucesivos intentos, Juan III se conformó con la situación, dando por perdida la causa de su hermana, así a principios del año 1525, contrajo matrimonio con a hermana de Carlos I. Isabel por su parte, en reiteradas ocasiones expresó que si no contraía matrimonio con el Emperador, permanecería soltera.

    La llegada de Catalina a Portugal, supuso un gran avance para que se llevara a cabo el matrimonio de Isabel y Carlos, ya que ésta ejerció un notable papel en las negociaciones. Por otro lado las Cortes de Castilla empezaron a presionar al Emperador para que diera a la Corona un heredero, y continuaron respaldando la candidatura de Isabel, frente a la de María Tudor. Finalmente Carlos accedió a la petición de sus súbditos firmándose el 17 de octubre de 1525 el contrato matrimonial.

    Isabel que durante estos años había residido en el palacio de Almeirim, tras la celebración del matrimonio por poderes, el 1 de noviembre de 1525, permaneció en el mencionado palacio, en compañía de su hermano y su esposa, esperando la dispensa papal, ya que eran primos hermanos, cosa que sucedió el 30 enero de 1526. La futura emperatriz llegó a Elvas el 6 de enero, se había acordado que la Emperatriz, entraría en España el día 7, por lo que ambos cortejos llegaron hasta la orilla del río Caya, donde fue recibida por don Fernando de Aragón, duque de Calabria; el arzobispo de Toledo, Alonso de Fonseca; y por los duques de Medina Sidonia y Calabria, entre otros. 

Carlos I había dispuesto que la boda tuviera lugar en Sevilla, Isabel partió hacia la mencionada ciudad acompañada por un gran séquito visitando Badajoz, Talavera la Real, Almendralejo, Llerena, Guadalcanal y Cantillana, y recibiendo notables muestras de admiración por parte de los habitantes de las localidades por la que pasaba. Su entrada en Sevilla, el 3 de marzo de 1526, fue cuidadosamente planeada por Carlos que quería que su futura esposa recibiera el cariño de sus nuevos súbditos. Instalada en los Reales Alcázares, esperó pacientemente la llegada del que habría de ser su marido, que hizo su entrada triunfal en la ciudad siete días después.

    El amor surgió entre ellos a primera vista, por lo que Carlos, como años atrás hiciera su padre, deseoso de consumar el matrimonio, ordenó instalar un altar en las habitaciones que ocupaba su futura esposa para que se llevara a cabo la celebración de los esponsales, en la madrugada del 11 de marzo; los cuales, dada la precipitación, fueron presenciados por un número reducido de nobles. La muerte de Isabel de Austria, hermana de Carlos I, provocó que las celebraciones se retrasasen hasta el mes de abril, aunque no por ello fueron menos fastuosas.

    El 13 de mayo, Isabel y su esposo abandonaron Sevilla y emprendieron viaje hacia Granada, a la que llegaron el 4 de julio, allí permanecieron seis meses instalados en el palacio de la Alhambra, donde concibieron a su primer hijo, el futuro Felipe II. En aquellos días el Emperador mandó plantar en los jardines del Mirador de Lindaraja, en obsequio a su esposa, unas flores persas hasta entonces desconocidas en España: los claveles. Durante estos meses Carlos puso al corriente a su esposa de los asuntos del reino, ya que tenía decidido que ésta se ocupara del gobierno de Castilla en sus largas ausencias.



    La emperatriz, debido a los numerosos asuntos que requerían de la presencia de su marido, permaneció separada de Carlos la mayor parte del tiempo que duró su matrimonio, aun así y a pesar de los numerosos traslados, intentó hacer de la Corte un lugar acogedor donde educar a sus hijos y recibir al Emperador después de sus largas ausencias. Nombrada lugarteniente general del reino, con el paso de los años fue acomodándose a sus labores como gobernadora de Castilla y aunque en un principio se mostró un poco insegura, Isabel asumió sus funciones, en defensa de los intereses de su esposo, con gran habilidad y en muchas ocasiones tomo la iniciativa, sobre todo en las cuestiones relacionadas con la Iglesia. Además hay que señalar que se hizo eco de la opinión de los castellanos con respecto a la política imperial, ya que consideraba que el gasto era excesivo. Consejera de su esposo, éste tuvo muy en cuenta sus opiniones en materia de política y en 1535 era tal su confianza en ella que le otorgó poderes para que sus resoluciones tuvieran la misma validez que las suyas en todos sus dominios peninsulares.

    Isabel de Portugal quedó embarazada muy pronto tras contraer matrimonio. De este primer embarazo nacería el futuro Felipe II, el 21 de mayo de 1527. Apenas un año después se produjo el nacimiento de la infanta María de Austria, el 27 de junio de 1528, aunque en esta ocasión la emperatriz no estuvo acompañada por su esposo, ya que esta se encontraba en Monzón. En el mes de mayo de 1529 Isabel dio a luz un niño que murió a los pocos días de nacer y ante la inminente marcha del Emperador, ésta despidió a su marido muy deprimida, aunque pronto se recuperó gracias a que se volcó en el cuidado de sus dos hijos mayores. Tras el regreso de Carlos I de Europa, Isabel quedó nuevamente embarazada y el 24 de junio de 1535, nació la infanta Juana de Austria. El 19 de octubre de 1536 nació su hijo Juan, el cual murió a los cinco meses de nacer. Todos los partos de Isabel fueron muy complicados a pesar de la gran entereza con que esta intentó afrontarlos, además su delicada salud quedó muy mermada por estos esfuerzos tan continuados. Hay que destacar que la emperatriz se ocupó personalmente del cuidado de sus hijos y vigiló su educación atentamente, así ejerció una notable influencia en su primogénito, Felipe.



    Siempre preocupada por el decoro y honestidad de su corte, vigilaba discretamente Isabel a su camarista portuguesa doña Isabel de Freyre, que era la musa de Garcilaso, velando tanto por la virtud de esta dama como por la felicidad conyugal de la esposa de aquel. Pero por las trazas no se enteró, o tal vez no se quiso dar por enterada de que ella misma inspiraba una tan callada como firme pasión en el duque don Francisco de Borja.

    Aunque aparentemente la salud de Isabel era buena, la resistencia de la emperatriz se quebró tras quedar nuevamente embarazada. El alumbramiento estaba previsto para principios de verano, pero el parto se adelantó y el 21 de abril de 1539 dio a luz a un niño que recibió como bautismo el "agua de socorro" en la propia alcoba de su madre, y que apena vivió unas horas. Ni siquiera en esta ocasión, en que los dolores debieron ser muy intensos, se alteró el semblante de la soberana, o si algo se alteró pocas personas podrían advertirlo, pues por orden suya la estancia quedaba escasamente iluminada y aun se hacía cubrir el rostro con un velo, para que aquellos cortesanos que la etiqueta exigía su presencia, no pudieran apreciar que también su Majestad Imperial podría adoptar muecas de dolor.

    La comadrona, Quirce de Toledo, ante la imposibilidad de contener las hemorragias, pidió permiso a ésta para llamar a los médicos de la Corte, pero Isabel se negó, posiblemente motivada por su extremo pudor. Debido a su estado redactó un nuevo testamento siendo ratificado por el Emperador el 28 de abril. Durante los días que duró su agonía sufrió terribles hemorragias y como consecuencia de la infección tuvo fiebres elevadas, según algunos testigos afrontó la muerte con serenidad y entereza. Tras recibir confesión y la extremaunción de manos del cardenal Tavera, murió a la edad de treinta y seis años en Toledo, en el palacio de los condes de Fuensalida, el 1 de mayo de 1539. El día 2 de mayo se iniciaron las misas por su eterno descanso y se realizó su solemne funeral, tras lo cual sus restos fueron conducidos a Granada. Posteriormente, en el año 1574, Felipe II ordenó trasladar el cuerpo de su madre al Monasterio del Escorial.



Es muy posible, en mi opinión lo es, que Isabel de Portugal, haya sido la mejor reina que ha tenido España, o mejor dicho para concretarlo más: las Españas.

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