Catalina de Lancaster, esposa de Enrique III


Nacida en Bayona en 1373, era hija de Juan de Gante, duque de Lancaster, y de Constanza de Castilla, segunda hija y heredera de Pedro I. En 1388 se acordó su matrimonio con el infante Enrique, hijo de Juan I Trastámara. Este acuerdo puso fin a la guerra dinástica entre el rey castellano y Juan de Gante, anulando así la línea de descendencia de Pedro I. La boda tuvo lugar en Palencia, el 17 de noviembre de 1388.

Catalina y Enrique fueron los primeros herederos al trono que ostentaron la dignidad de Príncipes de Asturias. En 1390 se inició el reinado de Enrique III. Catalina tuvo de él dos hijas y en 1405 nació su hijo Juan, que heredaría el trono de su padre. La muerte del Enrique III cuando su hijo contaba apenas dos años de vida dio paso a una larga regencia. El testamento del rey disponía que el gobierno del reino recayera conjuntamente en la reina Catalina y en el infante don Fernando, hermano de Enrique III, entre ambos quedaba el Consejo real, en el que al estar los hijos de don Fernando, le daban a éste un gran peso en el Consejo. Enrique III estableció que pudiera dividirse el territorio en dos partes en las que gobernarían por separado los regentes.

La custodia de Juan II fue encomendada a los nobles Diego López de Zúñiga y Juan Fernández de Velasco, antiguos consejeros del rey; la reina Catalina se negó, encastillándose en Segovia. Aparte del desgarro que para Catalina hubiera supuesto entregar a un hijo todavía lactante, la reina quiso evitar que su hijo, el rey, cayera en manos de la nobleza, lo que le habría convertido en un rehén valiosísimo para las ambiciones nobiliarias de ésta. El mismo objetivo perseguía don Fernando, que pretendía controlar el Consejo real y apartar del gobierno a la nobleza aupada en tiempos de su hermano Enrique.

En las Cortes reunidas en Segovia en 1407, el infante don Fernando exigió el control sobre los subsidios concedidos para la guerra contra Granada y consiguió que la asamblea aprobara la división del reino en dos zonas de gobierno. Catalina gobernaría sobre la mitad norte, mientras Fernando se reservaba la mitad sur del reino. Don Fernando deseaba controlar los dominios de las órdenes militares del sur de la península, que constituían una de las principales fuentes de riqueza en Castilla.

Las campañas contra Granada emprendidas por don Fernando en 1407 tuvieron escaso éxito, lo que disminuyó el prestigio del infante. Este momento fue aprovechado por los Zúñiga y los Velasco, para debilitar el gobierno del infante, atrayéndose a la reina. Los bandos se enfrentaron en agosto de 1408 en Segovia, ciudad donde moraba aquélla. Don Fernando se vio obligado a restablecer la composición del Consejo dictada por el testamento de Enrique III.

El infante fue elevado al trono de Aragón, en virtud del Compromiso de Caspe, pero no abandonó la regencia de Castilla. Éste se esforzó durante su regencia por dejar sólidamente asentadas las bases del poder y la riqueza de sus hijos, a los que se conocía como los infantes de Aragón. Los éxitos militares que cosechó don Fernando en los años de su regencia y sus hábiles maniobras políticas le entregaron el monopolio del poder en Castilla, eclipsando así la actuación de Catalina de Lancaster, mujer por otra parte poco aficionada a la política y que delegó su gobierno en su valida Leonor López de Córdoba.

Tras la muerte de don Fernando en 1416, tomó el control del bando familiar su hijo don Juan, duque de Peñafiel, jefe indiscutible de la nobleza, que a partir de entonces dirigió la política castellana, sin que la reina madre pudiera hacer nada por preservar el poder de su hijo Juan. La muerte de los viejos consejeros de Enrique III, Diego López de Zúñiga y Juan Fernández de Velasco debilitó aún más la posición de Catalina de Lancaster, que murió en Valladolid mayo de 1418, tras haber visto como los infantes de Aragón se repartían el poder político y económico de Castilla, mermando progresivamente las bases del poder monárquico.



Comentarios

Entradas populares